San Jorge MSC 2022

El  7 de mayo fue un día radiante de primavera, casi de verano, en el que la yerba crecida y el polen que danzaba en el aire daban fe de las lluvias que habían obligado a aplazar el acontecimiento, pero el San Jorge del Movimiento Scout Católico había llegado al fin. Estábamos en Prado Luis, un centro hípico situado donde Alpedrete quiere convertirse en Guadarrama, lleno de amplias extensiones de prado salpicadas de bosquecillos,  donde el espacio se combina con la sombra de un modo casi perfecto, y todos caben.

Para los Scouts, San Jorge es uno de los acontecimientos más importantes del año, para los veteranos de ASGAM  era una experiencia conocida y, para los que nos estrenábamos en estas lides, fue una jornada llena de expectativas. Hay cierto placer en no organizar las cosas, en ponerse a disposición, en abandonar los equipos directivos para, simplemente, servir, ir allá donde te necesiten a hacer lo más urgente primero, lo necesario después y todo lo demás que sea de ayuda durante el resto de la jornada: vaciar una carpa grande, desmontar una tienda de campaña, llenar de agua unos bidones, organizar talleres, cargar una furgoneta, aparcar coches y autobuses… El objetivo era estar donde pudiéramos aportar nuestro granito de arena, nuestra fuerza, nuestras sugerencias, nuestra voluntad y toda la capacidad acumulada durante nuestra vida Scout o Guía.

Los voluntarios de ASGAM llegamos con una sonrisa para encontrarnos con que nos esperaban con otra. Incluso los que, novatos en esta experiencia, no conocíamos a nadie, pudimos reconocer la vocación y los ideales de los organizadores, llenos de energía, aunque algunos llevaban ya desde el viernes programando, organizando y ejecutando las actividades. Enseguida nos dieron la camiseta de voluntarios, ya antes habíamos preguntado: ¿dónde nos necesitáis? No hay tarea pequeña ni, por mucho que los prejuicios puedan hacernos pensar lo contrario, misión aburrida. Colocar coches en una explanada para aprovecharla al máximo puede brindarnos la emoción de preguntarnos si cabrán (“como sigan viniendo a este ritmo”), la alegría de recibir los agradecimientos de los más despistados y, a veces, el desafío de convencer a los recalcitrantes que saben muy bien cómo aparcar sin ayuda, que es mejor aparcar marcha atrás para poder salir con facilidad si hay que hacerlo con prisa. Era media mañana cuando algunos tuvimos la suerte de cargar con los aspersores de agua, dieciséis kilitos de nada, con los que humedecer el ambiente –el sol caía a plomo– y combatir el calor y sus golpes. El problema, por supuesto, fue cómo remojar a los más (y menos) pequeños sin que la algarabía interfiriera en la celebración de la misa, sin estropear demasiado el necesario ambiente de recogimiento y atención. Buscamos los momentos, deteniéndonos en los instantes más solemnes, descargando de paso un poco las espaldas, y retomando la función después.

Llegó la hora de la comida y, aunque los más despistados tuvimos que improvisar algo rápido, hubo tiempo para que los voluntarios de ASGAM nos reuniéramos para compartir las viandas y charlar animadamente. Unos filetes rusos, un poco de salchichón y queso, las imprescindibles frutas secas, agua fresquita y algo de charla, sentados en corro a la sombra de unos árboles. Faltó la siesta, que sin duda se habría hecho escasa, muy corta para quien menos había dormido, pero habíamos venido a cumplir un servicio y no solo era cuestión de estar donde se nos necesitara, sino también cuándo. Para algunos tocaba acabar de recoger toda la infraestructura de campamento, momento álgido en el que el cansancio puede convertirse, junto con la prisa, en el peor de los enemigos, tramo final en el que, entre órdenes y contraórdenes surgen y se extinguen pequeños e inevitables momentos de caos e impaciencia en los que esto va aquí, no, mejor allí, y los pliegos de lona, los palos metálicos o los palés parecen empeñarse en pesar más y más mientras viajan de una furgoneta a otra. Pero al final todo se resuelve, todo se carga, todo cabe, menos los palés, que quedaron sobre el terreno. Pero no todo fue cargar. Para otros, la tarde acabó con una difícil partida de Tetris con autobuses, o al menos eso nos contaron después, mientras los responsables controlaban que cada Scout subiera donde le correspondía para iniciar el regreso a casa, hasta que toda la campa quedó vacía y un tanto triste. La experiencia llegaba a su fin, tocaba marchar también, pero no sin que a los voluntarios nos agradecieran nuestra labor. Puede sonar narcisista mencionarlo, pero tras tantos “gracias” escuchados a lo largo de los años, uno aprende a distinguirlos un poco y aquellos fueron de verdad, sin ambages, y eso siempre calienta un poco el alma. Parece que la misión estaba cumplida.

 

 

Y con el objetivo conseguido, había llegado el imprescindible “tercer tiempo”. Primero, gymkana en busca de bar, que todo cierra los domingos después de comer, pero tuvimos la suerte de encontrar una estupenda terraza en medio de un parque. Luego, chascarrillos, comentarios, chistes, momentos dramáticos, una bebida fresquita, ganas de volver a empezar y muy buenas sensaciones antes de marcharnos a casa a disfrutar de un cansancio bien ganado.

 

Javier VB

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